... no buscará lo legal, sin lo justo... (Rafael Barret)



porque a mi entender, la justicia nunca ha estado en los tribunales

Porque la justicia, como muchas otras cosas, no es más que una idea abstracta que espera concretizarse en el accionar de los oprimidos

Porque la justicia le toca a quien la busca y a quien la piensa, y a quien la nombra

La justicia no es letra muerta, es un accionar cotidiano que busca justamente, descentralizar el poder

Porque la justicia no la construyen los dioses ni los reyes déspotas (mal llamados “gobernantes” o “poderes del estado” en las democracias occidentales modernas), no viene de arriba, sino de abajo

Porque es un error pensar que solo la conocen... los abogados (¿?)

Porque la idea de justicia ha cambiando con el tiempo, con las luchas, con los aprendizajes

Por esa y otras razones, este blog.

Con ganas de preguntarnos y re pensar, a partir de las ciencias sociales, noticias, comentarios, ensayos y demás, la siempre presente idea de la justicia

miércoles, 12 de junio de 2013

Desde el banco de suplentes. A propósito del 12 de junio, los estudiantes que desfilan y la construcción de la historia oficial

OBS: Previamente a la lectura, favor revisar este video: http://www.abc.com.py/abc-tv/locales/estudiantes-desfilan-pero-no-saben-que-se-conmemora-el-12-de-junio-582751.html


A Anahi Soto[1] y Belén Cantero[2]

El hecho de que las generaciones de hoy desconozcan numerosos aspectos que hacen a la historia de nuestro país pasa, entre muchas cosas, por el no sentirse parte de la misma. Es difícil sentirse parte de esa historia contada en los libros oficiales, escrita por historiadores que anteponen pomposos discursos sobre heroicos y pseudo estoicos hombres (nunca mujeres) sin defectos, siempre valientes, siempre formidos, siempre ellos y solo ellos. Los héroes de la patria yacen en el pedestal de lo incuestionable y acceden al tiquet de la inmortalidad en los libros, mientras los cientos de entes desconocidos forman (o formamos) fila para ir a otro barco, el barco de los olvidados. Es difícil recordar y hasta honrar la historia, cuando esta nos resulta una cosa tan lejana e impalpable.

Podremos argumentar (y me parece super válido y hasta apoyo la moción) aspectos tales como la falta de educación, la ausencia de una historia critica que replantee viejos discursos, la falta de análisis dentro de las clases de historia. Podríamos pasar días enteros dándole la vuelta a los programas de estudio en historia, y todo ese ejercicio sería muy provechoso. Pero la cuestión de fondo, creo yo, pasa por comprender que esa construcción conservadora, chauvinista e individualista de la historia a la que estamos acostumbrados, no es resultado del caos accidental ni del azar, sino que por el contrario, responde a patrones culturales planificados desde discursos oficiales (es decir, discursos construidos e impuestos desde instancias de poder).

¿A qué me refiero con una lectura individualista de la historia? Dentro del ejercicio de comprensión de los acontecimientos del pasado, siempre se ha tendido a considerar, tanto explicita como implícitamente (en las lecturas oficiales) que la historia la escriben, únicamente los grandes hombres. Aquellos “elegidos” que con su mero accionar mueven los hilos y engranajes de la realidad toda y absoluta. De este modo, la historia no la escribirían los pueblos (por dar una denominación), los sectores organizados de la sociedad, las personas comunes, no. La independencia es (sólo) a los próceres, como la Guerra del Chaco es a Estigarribia. El stronismo es a Stroessner, como el golpe es a los “Carlos”. Así también, los logros y las culpas siempre son individuales, no colectivas, y eso sólo nos lleva a una visión estrecha de la historia, en donde el balance estructural de una sociedad con sus continuidades y rupturas se parece más al juzgamiento de actas en un juicio ordinario, en donde se debe identificar a “el fulano” culpable o inocente, sin concebir la idea de rostros anónimos que empujaron los hilos de una historia de alegrías o tragedias, detrás de los titulares de turno en el equipo de la historia. Tal vez por eso no podemos agradecer a nuestros veteranos de la última guerra internacional el haberse jugado la vida por defender territorio nacional o juzgar a varios participantes directos de aquel régimen autoritario que lleva el nombre de su líder, pero que compartió la responsabilidad protagónica de los delitos de lesa humanidad y actos de corrupción con muchas personas más.

Pero no es este el único problema criticable. Otro problema refiere a la construcción (¿o destrucción?) de la historia a partir de la relativización de lo cercano y lo lejano a nuestra realidad material más próxima. ¿A qué me refiero con esto? A ese ejercicio tantas veces calculado y repetido de construir aspectos lejanos de la historia como algo cercano, y aspectos cercanos como algo, directamente inexistente. La Guerra Grande será lo lejano en la historia, pero el discurso oficial busca plantearlo como algo mediático, próximo, actual; en tanto que se desentiende de las cuestiones verdaderamente puntuales, cercanas, concretas, como la problemática sobre la tenencia de la tierra, crisis que se desencadena (no solo) como producto inmediato de esa Guerra Grande y muchos otros conflictos socio-políticos posteriores, a la que resucitan todos los días a costa de incentivar la xenofobia y el chauvinismo trasnochado de un nacionalismo sin ideas nuevas, enmarañado en la telaraña de una añejada historia de resentimientos (y construida ideológicamente para un fin determinado). Aunque así también, a costa de crear una cortina de humo (o de acero) tras la cual esconder las cifras de la desigualdad, del despojo, de la impunidad. De las cátedras de historia reciente, nos enseñaron a odiar a nuestros vecinos más próximos.Y no nos enseñaron a entender o siquiera cuestionar el inicio de esa acumulación originaria, de ese modelo que desde mucho tiempo atrás y hasta ahora se sigue practicando, de la tenencia de la tierra en pocas manos, manos que tienen dueños y dueños con nombres, nombres que curiosamente coinciden con la lista VIP de los “por siempre recordados de la historia”.

Cómo recordar entonces,  a nuestros ex combatientes vivos? Si ellos solo fueron y serán soldados rasos para nuestra historia oficial? Cómo recordar a nuestras enfermeras? Si la historia paraguaya solo recuerda a los hombres. Cómo recordar a los mortales de carne y hueso, si la historia quiere inmortalizar y divinizar a unos pocos. Es cierto que existieron grandes figuras hijas de su tiempo, pero la historia no la escribieron ellas solas.

Es fácil culpar a los otros, a los más jóvenes, cuando que la construcción y divulgación de la historia oficial, la hegemónica, la producida y reproducida en las escuelas, colegios, universidades, centros educativos, con programas viejos y mediante los medios de “comunicación”, olvida a las personas y se acuerda de los personajes (los construidos, los mitad mito, mitad persona). Es más fácil aún exigirles que gua u “recuerden” (¿o reciten?) una historia única e incuestionable, cuando que en realidad ellos no son recordados. Y es todavía más fácil culparlos, toda vez que desde estas instancias, no solo se les arrebata su historia, sino también se trunca su presente… cada vez que ellos deciden abandonar la quietud, romper el silencio y salir a escribir esa otra historia, pocas veces contada en los libros.


[1] Una vez, durante una conversación casual, una joven estudiante de historia dijo que sería buena idea sacar fascículos sobre historia social en donde se cuente esa historia pocas vece contada: la de los grupos, organizaciones y colectivos de nuestro país. Según su razonamiento, la gente se sentiría “parte de la historia” al ver que gente común también es tomada en cuenta en los libros sobre el pasado. Así, el ejercicio de hacer y leer historia se volvería algo cercano para todxs. A eso, va esta reflexión
[2] Más de una vez, una joven estudiante de historia propuso a su entonces jefe, escribir la historia de las mujeres productoras de algodón, dentro de un compendio sobre historia de la industria en el Paraguay, o contar la historia de las primeras mujeres que se organizaron en sindicatos, porque ellas “también eran historia”. A eso, también va esta reflexión.