El hecho de que
las generaciones de hoy desconozcan numerosos aspectos que hacen a la historia
de nuestro país pasa, entre muchas cosas, por el no sentirse parte de la misma.
Es difícil sentirse parte de esa historia contada en los libros oficiales,
escrita por historiadores que anteponen pomposos discursos sobre heroicos y pseudo
estoicos hombres (nunca mujeres) sin defectos, siempre valientes, siempre
formidos, siempre ellos y solo ellos. Los héroes de la patria yacen en el
pedestal de lo incuestionable y acceden al tiquet de la inmortalidad en los
libros, mientras los cientos de entes desconocidos forman (o formamos) fila
para ir a otro barco, el barco de los olvidados. Es difícil recordar y hasta
honrar la historia, cuando esta nos resulta una cosa tan lejana e impalpable.
Podremos
argumentar (y me parece super válido y hasta apoyo la moción) aspectos tales
como la falta de educación, la ausencia de una historia critica que replantee
viejos discursos, la falta de análisis dentro de las clases de historia.
Podríamos pasar días enteros dándole la vuelta a los programas de estudio en
historia, y todo ese ejercicio sería muy provechoso. Pero la cuestión de fondo,
creo yo, pasa por comprender que esa construcción conservadora, chauvinista e
individualista de la historia a la que estamos acostumbrados, no es resultado
del caos accidental ni del azar, sino que por el contrario, responde a patrones
culturales planificados desde discursos oficiales (es decir, discursos
construidos e impuestos desde instancias de poder).
¿A qué me
refiero con una lectura individualista de la historia? Dentro del ejercicio de
comprensión de los acontecimientos del pasado, siempre se ha tendido a
considerar, tanto explicita como implícitamente (en las lecturas oficiales) que
la historia la escriben, únicamente los grandes hombres. Aquellos “elegidos”
que con su mero accionar mueven los hilos y engranajes de la realidad toda y
absoluta. De este modo, la historia no la escribirían los pueblos (por dar una
denominación), los sectores organizados de la sociedad, las personas comunes, no.
La independencia es (sólo) a los próceres, como la Guerra del Chaco es a
Estigarribia. El stronismo es a Stroessner, como el golpe es a los “Carlos”. Así
también, los logros y las culpas siempre son individuales, no colectivas, y eso
sólo nos lleva a una visión estrecha de la historia, en donde el balance
estructural de una sociedad con sus continuidades y rupturas se parece más al
juzgamiento de actas en un juicio ordinario, en donde se debe identificar a “el
fulano” culpable o inocente, sin concebir la idea de rostros anónimos que
empujaron los hilos de una historia de alegrías o tragedias, detrás de los
titulares de turno en el equipo de la historia. Tal vez por eso no podemos
agradecer a nuestros veteranos de la última guerra internacional el haberse
jugado la vida por defender territorio nacional o juzgar a varios participantes
directos de aquel régimen autoritario que lleva el nombre de su líder, pero que
compartió la responsabilidad protagónica de los delitos de lesa humanidad y
actos de corrupción con muchas personas más.
Pero no es este
el único problema criticable. Otro problema refiere a la construcción (¿o
destrucción?) de la historia a partir de la relativización de lo cercano y lo
lejano a nuestra realidad material más próxima. ¿A qué me refiero con esto? A
ese ejercicio tantas veces calculado y repetido de construir aspectos lejanos
de la historia como algo cercano, y aspectos cercanos como algo, directamente inexistente. La Guerra Grande será lo
lejano en la historia, pero el discurso oficial busca plantearlo como algo mediático,
próximo, actual; en tanto que se desentiende de las cuestiones verdaderamente
puntuales, cercanas, concretas, como la problemática sobre la tenencia de la
tierra, crisis que se desencadena (no solo) como producto inmediato de esa
Guerra Grande y muchos otros conflictos socio-políticos posteriores, a la que resucitan
todos los días a costa de incentivar la xenofobia y el chauvinismo trasnochado
de un nacionalismo sin ideas nuevas, enmarañado en la telaraña de una añejada
historia de resentimientos (y construida ideológicamente para un fin
determinado). Aunque así también, a costa de crear una cortina de humo (o de
acero) tras la cual esconder las cifras de la desigualdad, del despojo, de la
impunidad. De las cátedras de historia reciente, nos enseñaron a odiar a
nuestros vecinos más próximos.Y no nos enseñaron a entender o siquiera
cuestionar el inicio de esa acumulación originaria, de ese modelo que desde
mucho tiempo atrás y hasta ahora se sigue practicando, de la tenencia de la
tierra en pocas manos, manos que tienen dueños y dueños con nombres, nombres
que curiosamente coinciden con la lista VIP de los “por siempre recordados de
la historia”.
Cómo recordar
entonces, a nuestros ex combatientes
vivos? Si ellos solo fueron y serán soldados rasos para nuestra historia
oficial? Cómo recordar a nuestras enfermeras? Si la historia paraguaya solo
recuerda a los hombres. Cómo recordar a los mortales de carne y hueso, si la
historia quiere inmortalizar y divinizar a unos pocos. Es cierto que existieron
grandes figuras hijas de su tiempo, pero la historia no la escribieron ellas
solas.
Es fácil culpar
a los otros, a los más jóvenes, cuando que la construcción y divulgación de la
historia oficial, la hegemónica, la producida y reproducida en las escuelas,
colegios, universidades, centros educativos, con programas viejos y mediante
los medios de “comunicación”, olvida a las personas y se acuerda de los
personajes (los construidos, los mitad mito, mitad persona). Es más fácil aún
exigirles que gua u “recuerden” (¿o reciten?) una historia única e
incuestionable, cuando que en realidad ellos no son recordados. Y es todavía
más fácil culparlos, toda vez que desde estas instancias, no solo se les
arrebata su historia, sino también se trunca su presente… cada vez que ellos
deciden abandonar la quietud, romper el silencio y salir a escribir esa otra
historia, pocas veces contada en los libros.
[1] Una vez, durante una conversación casual, una joven estudiante de
historia dijo que sería buena idea sacar fascículos sobre historia social en
donde se cuente esa historia pocas vece contada: la de los grupos,
organizaciones y colectivos de nuestro país. Según su razonamiento, la gente se
sentiría “parte de la historia” al ver que gente común también es tomada en
cuenta en los libros sobre el pasado. Así, el ejercicio de hacer y leer
historia se volvería algo cercano para todxs. A eso, va esta reflexión
[2] Más de una vez, una joven estudiante de historia propuso a su
entonces jefe, escribir la historia de las mujeres productoras de algodón,
dentro de un compendio sobre historia de la industria en el Paraguay, o contar
la historia de las primeras mujeres que se organizaron en sindicatos, porque
ellas “también eran historia”. A eso, también va esta reflexión.