“(…) Yo no me peleo con muertos”
Calé Galaverna
Las imágenes tienen esa poderosa
capacidad de transportarnos a vivencias de ayer o de plantear interpretaciones
actuales de una problemática concreta. Una foto, un recorte periodístico, un
flayer en alguna red social, una película, entre otros. El universo de
sensaciones que despierta lo visual nos remite a una determinada narración
histórica, o a una interpretación (acertada o no) del presente.
Pero tan saturados estamos de imágenes
e información, que ya pocas cosas somos capaces de procesar. Asesinatos
pasionales se entremezclan con desalojos campesinos al medio día en la TV del
comedor. Poco entendemos de los procesos históricos que nos llevan a uno u otro
problema. Poco entendemos de causas y soluciones. Sacamos juicios particulares
y aparentes, de una realidad cuya esencia desconocemos. En fin, es ese un
obstáculo propio del vivir en un mundo de puras imágenes y cero reflexión.
Aunque algunos dirán que las imágenes tienen por objetivo inexorable, narrar historias. Contar un acontecimiento. Y el acto del narrar, conlleva necesariamente, un doble ejercicio: Primeramente, la narración puede ser entendida como un acto de registro, de anotar, tomar apuntes, recordar. Todo acto narrativo es así, un acto de memoria. Un pacto contra el olvido. Cuando yo narro, yo rescato del fondo del baúl del desconocimiento, un acontecimiento. Ahora bien, el ejercicio de la memoria o del recordar debe tener un fin práctico. Nadie recuerda por recordar. No es un acto que se justifique en sí mismo.
Así también, todo acto de memoria, busca una derivación práctica en el presente mediato o próximo. Y es así que, una vez realizado el ejercicio de memoria, nace el juicio de valor. Así como recordamos, construimos un criterio a través del cual leer nuestras memorias.
Hay como una suerte de imperativo instalado en lo que refiere a la construcción de la memoria en los acontecimientos históricos de nuestro pasado más próximo. Se habla de un pueblo sin memoria, y acto seguido, se hace hincapié en el desconocimiento de las características más resaltantes de nuestro pasado reciente por parte de las generaciones más jóvenes.
Hoy, como cada 3 de febrero, se da un nuevo llamado al ejercicio de la memoria. Pero tanto llamamos y la misma parece no respondernos. Hablamos de la necesidad de recordar, y eso nos remite a una serie de interrogantes ¿qué fracasó en nuestro ejercicio de memoria? ¿Qué nuevas cosas deben ser rescatadas para el recuerdo? ¿Qué estrategias son eficientes para recordar, y qué otras no lo son?
De alguna manera, el stronismo sigue jugando un rol en nuestras vidas, 25 años después de aquel golpe a su líder. Quizás un ensayo de respuesta a la primera pregunta, esté en mi propia vivencia, en el rescate particular de la memoria. El nombre del general estaría presente, como sombra, como simple mención, a lo largo de mi infancia y adolescencia. Versiones contrapuestas de un mismo drama, expresiones aisladas en conversaciones de adultos, alguno que otro texto que pasó entre mis manos. Eso sería el stronismo para mí, hasta los 17 años. La ficha se me cae hablando con referentes de la oposición y escuchando sus vivencias. No es la educación formal ni la recibida en casa, la que logra ese cambio, cualitativamente importante para mí. Una suerte de momento constitutivo, en donde no solo aprendo el tan valioso ejercicio de plantar postura ante el recuerdo, sino adecuo lo aprendido a una serie de decisiones en mi futuro próximo.
Al comienzo de estas reflexiones, hice una mención al poder de las imágenes. A la capacidad que las mismas tenían de instalar una realidad (o de invisibilidad otras). Hoy, 3 de febrero, a 25 años del golpe, miro las imágenes que de la (mal) llamada “gesta libertadora”, se han generado. Algunas me emocionan, porque ¿cómo no emocionarse con los pedazos de la historia, sobre todo si es reciente? Pero enseguida noto rasgos que generar mi incomodidad. Esa tan criticada apología a la figura de Stroessner, sigue todavía tan presente, incluso para con aquellos que se dicen detractores del rubio. Periódicos, noticieros, flayers en Facebook y demás espacios, me siguen mostrando, 25 años después, el rostro de un Alfredo Stroessner, esperando que yo haga el une con flecha correspondiente. Presumen que el ejercicio de la memoria es mostrar la cara de un tipo (si, uno solo) cada 2 y 3 de febrero, a fin de que la gente deduzca por generación espontánea de conocimiento, que el tipo era super malo y fue el culpable del ejercicio sistemático de impunidad, corrupción y delitos de lesa humanidad. No hay más. En fin. Repito. A mí la ficha sobre el stronismo no se me cayó mirando la cara de Stroessner.
¿Cómo entender, criticar, combatir, superar el stronismo, si seguimos minimizando tan complejo sistema de dominación, en la figura de su líder? ¿Cuánta responsabilidad omitimos al hacer esto? ¿Cuántos rostros, acciones, personas, grupos corporativos están detrás o incluso adelante, de este hombre, hoy muerto y en vida, impune?
Hay una frase del polémico dirigente colorado, Calé Galaverna, que hasta el día de hoy no se me olvida. La puse al principio del texto. Durante una entrevista en la (entonces) Televisión Pública de Paraguay, en el año 2011, Calé afirmó “no pelearse con muertos”. Sostuvo que en vida, sus acciones se consagraron en enfrentar al régimen de Stroessner, hasta verlo depuesto. Y que una vez fallecido el general, no encontraba sentido en seguir combatiendo su figura, a tal punto de considerar loable el pedido del nieto del general, Alfredo “Goli” Stroessner (quien sería Dominguez Stroessner, y troca el orden de sus apellidos, como una suerte de homenaje y admiración a su abuelo) de trasladar los restos del difunto dictador a tierras paraguayas.
Lejos (muy lejos) estoy de querer hacer una apología a la figura de Calé. Detrás de su incómoda retórico y de afirmaciones acomodadas (aggiornamieno a estos tiempos de “transición”) con las cuales jamás compartiría (lease, apoyar a Goli y pretender que todo bien con su proyecto de traer los restos de Alfredo Stroessner. a Paraguay), la apuesta de Calé es un guiño al olvido. Pero yo preferiría replantear sus palabras, sacarles algo sustancioso dentro de tanta adaptación “oportuna” a sus intereses de hoy:
¿Qué tanto nos hemos pulseado con los muertos, al punto de olvidar o dejar pasar, a los vivos por el peaje de la impunidad y la desmemoria? ¿De qué tanto nos sirve ensañarnos con una figura protagónica de aquel régimen de miedo e injusticia, si es que la misma no está presente para pagar por lo echo, en tanto que muchos de sus ex colaboradores, si?
Pienso en el rostro de Alfredo Stroessner, repartiéndose en los medios de comunicación. Pienso en lo difícil que resulta para las generaciones de hoy, identificar las acciones que se esconden tras eso rostro. Pienso en lo mucho que nos hemos emperrado en convertir a aquellas facciones en el icono de un régimen, que se valió de muchas más caras, y manos y bolsillos. Pienso en todos los nombres y apellidos de las personas que hoy, caminan por las aceras y veredas de este país, impunes, tranquilas, como buenos beneficiados de aquel régimen, mientras los auto-catalogados como “memoristas” o “críticos”, se siguen peleando con enemigos muertos. A los stronistas de ayer, los vemos en los diarios, en la tele, oímos sus voces en la radio. Hasta a veces sabemos poco de su vinculación con el régimen. Vinculación que existió, que fue real, y que los dotó de poder, a costa de callarse cínicamente o aplaudir, los delitos hoy denunciados. Los señores y señoras de bien, que hasta calientan o calentaron banca en el parlamento o en el Poder Judicial. Los herederos, los que si están vivos. Los vemos en las páginas de sociales, en San Ber o en el Cente… pero no vemos, ni sus rostros, ni sus nombres, ni sus comisuras, en todos estos especiales “de la memoria” tan escuetos y ahuecados, que se lanzan cada dos y tres de febrero en los “medios de comunicación”.
Lo más triste es que muchas veces, los que decimos tener memoria, caemos en el juego. Escupimos a los ya muertos: a los Stroessner, los Montanaro, los Riquelme de la vida… pero eludimos la vista o hasta saludamos a sus sucesores hoy vivos. A veces por ignorancia, a veces por miedo. A veces hasta por cinismo.