Cuando en el
año de celebración del Bicentenario Nacional (1811-2011) se sugirió trasladar
los restos de Augusto Roa Bastos[1]
hasta el Panteón de los Héroes[2],
no faltaron las opiniones contrapuestas, que no dudaron en hacerse sentir a
nivel mediático. Las mismas afirmaban que el galardonado referente cultural
"no era héroe porque no murió en una guerra", “ni sacrificó su vida
por la defensa del territorio nacional" ni "estuvo en gesta heroica
alguna". Estaba claro que para algunos, la idea del acto heroico se
reducía a un universo de prácticas bélicas, hombres (y sólo hombres) de
uniformes, maneras rudas y códigos verticales. Los civiles, difícilmente
podrían detentar un espacio dentro del conjunto de acciones que hacían a los
héroes en este imaginario social.
Pocos años
después, me tocaría ver dos hechos puntuales que me remontarían a esta singular
anécdota. Por un lado, la inesperada muerte de Lino César Oviedo, pero
principalmente, todo el hilo de acontecimientos y discursos que se desglosarían
con la mencionada muerte. Desde la inaceptable declaración de tres días de
duelo nacional, decretada por el gobierno de Federico Franco, pasando por la
sarta de afirmaciones de seguidores suyos y figuras de la política nacional,
que insistían en ungir al ex convicto de la justicia paraguaya, en un héroe. Lo
más notorio, es que lo lograron, tanto a nivel mediático como práctico, dado
que Oviedo fue tema “de taquilla” en los medios tras su muerte, motivo de
furtivos discursos en mítines, y, finalmente velado en las instalaciones del
Congreso Nacional, ante la mirada atenta de los legisladores paraguayos.
Estos hechos
mencionados, por más de estar aislados en el tiempo, nos circunscriben a una
curiosa pregunta ¿Cuál es entonces, nuestro concepto del héroe? Sobre el punto,
me parece más que pertinente, la afirmación de Benjamin Arditti (1992:197)
Caudillos
locales, líderes políticos y militares victoriosos han jalonado la historia del
país, influidos por el modo local de percibirla. Para el sentido común de muchos
paraguayos, la historia consistiría en genealogías de hombres fuertes, tales
como Francia, López padre, López hijo, Caballero, Estigarribia, Morínigo, Stroessner
(…) Son ellos quienes habrían “hecho la historia” y, por tanto, constituyen
objetos de veneración más allá de toda crítica.
Es así, que
nos hemos acostumbrado a ver a lo heroico y lo extraordinario, siempre con un
toque bélico y un heroísmo romántico tipo siglo XIX. La historia oficial, construida
a partir de una fuerte carga ideológica (altamente excluyente), no solo
elevaría hasta una categoría mesiánica a hombres de carne y sangre, a costa de
ningunear a otros, sino que también dejaría impune los errores del líder
elegido, silenciaría sus pormenores y lo volvería intocable ante toda
manifestación de justicia presente o futura; reproduciendo sobre su figura, un
sistema de leatades y obediencias a-críticas El caso de Oviedo, es un ejemplo (como
otros) más que paradigmático de estas afirmaciones.
El imaginario
militarista, producto de una cultura fuertemente autoritaria, diviniza la
imagen del “guerrero carismático”, el hombre de carácter, el militar, el cual consagra
su liderazgo incuestionable y se convierte en el epicentro de la vida pública. Esta
lógica caudillista, al instalarse, permite operar al mismo con libertad, hasta
el punto en que toda critica a su figura mesiánica, se constituye finalmente en
un gesto de peligro para la propia nación. Si bien, esta última afirmación -sobre
el peligro- no se corresponde del todo con la figura de Oviedo, si se ha
manifestado (y resultado efectiva) en la figura de otros caudillos políticos de
la historia nacional-el caso de Francisco Solano López y Alfredo Stroessner, son
a mi criterio, dignos ejemplos.
Para los que
nacimos en los últimos años del régimen autoritario stronista y/o primeros años
de la apertura de libertades públicas, Lino´O sería un personaje más que
emblemático. La imagen de un Oviedo como pieza clave de la (manipulada)
victoria electoral de Juan Carlos Wasmosy sobre Luis María Argaña (referente
político con fuerte vinculación al stronismo), sería el primer elemento que
entrara a jugar en nuestra memoria de niños. A ello le seguirían el intento de
Golpe a Wasmosy en el 96 y los cara-pintada que aparecían en los medios (resistencia
civil que se opone al intento de golpe), o las calcomanías electorales con la consigna “Oviedo-Cubas”
a finales de los 90 en autos y viviendas. Y ni que decir del Marzo Paraguayo,
uno de los acontecimientos más turbulentos de la llamada “transición a la democracia”.
Oviedo
seguiría dando de qué hablar, años después. Y ya no serían nuestros recuerdos
de niños, sino el razonamiento adulto el que guardaría las imágenes de un
Oviedo, haciendo su entrada triunfal, pocos minutos después de la deposición de
Fernando Lugo, vía juicio (?) político. Se inmortalizaría en muchos (con la
misma nitidez con que se inmortalizó la imagen de disparos por parte de
simpatizantes oviedistas a manifestantes en marzo del 99, vistos por TV), la fotografía
de un ex convicto de la justicia, sonriente y saludando a toda la clase política
nacional aglomerada en el parlamento, a la par en que el mismo, es recibido “como
héroe”.
Oviedo sería
una pieza clave –y macabra- dentro de la historia de nuestro país, y dentro de
la propia historia de los que vivíamos nuestros primeros años de vida en
Paraguay. Una imagen que crecería con nosotros hasta su desaparición.
Su nombre,
junto al de muchos otros referentes, igual o más macabros, se perpetuaría, no
solo por el peso de sus acciones en la seguidilla de actos y eventos que hacen
a nuestra historia más inmediata, sino por el sello de impunidad que marcaría
con sus pasos. O al decir de Carbone y Soto (2013):
Oviedo fue un
personaje político desarrollado a partir de la impunidad. La Justicia paraguaya
terminó por exonerarlo de los cargos que lo vinculaban con marzo del ’99. Nunca
fue investigado el origen de su fortuna y la aparentemente inagotable fuente de
financiamiento de su actividad política. La sombra de su involucramiento de
ilícitos diversos, así como su papel en la violación de derechos humanos –el
caso de ocupación de tierras de una comunidad Pai Tavytera en 1986– jamás fue
despejada porque la Justicia fue puesta al servicio del poder y el dinero.
Vale resaltar
que la impunidad de Oviedo es muy anterior a los hechos por los cuales, la
Justicia paraguaya lo sentencia. Tomando en cuenta el carácter “pactado” de
nuestra transición, no resulta extraño que las propias figuras que sostuvieron
y defendieron al régimen autoritario stronista, sean las que protagonizaron la
destitución de su líder (y en donde la destitución, jamás se tradujo en la
propia desmantelación de lógicas, estructuras y/o prácticas autoritarias). He ahí,
uno de los puntos que torna discutible la “labor heroica” de Oviedo durante la
(mal) llamada “gesta libertaria del 89”. Los protagonistas de esa supuesta
gesta libertaria, serían los propios beneficiarios del depuesto régimen, sus
propios hijos, que sacarían al padre de la foto familiar, a suerte de cumplir
con la regla de oro del gatopardismo, y conservar su sarta de privilegios bien
cultivados durante años.
Pero los eventos del denominado marzo del 99 o “marzo
paraguayo”, serán sin lugar a dudas, la marca registrada de la impunidad
oviedista.
Los muertos del marzo paraguayo, los intentos de golpe de
Estado, las amenazas de “ríos de sangre” y la sangre que corrió... todo quedó
cubierto bajo la desmemoria interesada de la impunidad. Carbone y Soto (2013)
Finalmente, es justo señal que la muerte del general, no hace sino enfrentarnos una vez más al siempre postergado problema de las herencias y las tareas pendientes. Que hoy en día, la discusión en torno a la muerte de un ex militar golpista, se centre más en buscar desentrañar teorías conspiratorias sobre un posible atentado, antes de impulsar una reflexión crítica en torno a una figura fuertemente cuestionable de nuestro pasado inmediato, habla mal, no solo de nuestra memoria histórica, sino de nuestra propia concepción y práctica de la justicia institucional. A la muerte de Alfredo Stroessner, Sabino Montanaro y Blas N. Riquelme, se le suma hoy el general Oviedo. Una vez más, la impunidad sale campante.
Bibliografía
Aditti, Benjamin. "Adios a Stroessner. La reconstitución de la política en el Paraguay". Centro de Documentación y Estudios. Asunción, Paraguay. 1992.
Rocco, Carbone y Soto, Clyde. "El aparente accidental en tiempos de impunidad. Página 12. En: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/subnotas/213240-62304-2013-02-05.html
[1] Referente cultural en el
campo de las letras en Paraguay. Ganador del Premio Cervantes en el año 1989.
[2] Panteón en donde reposan
los restos mortales de los algunos referentes de lahistoria Paraguaya, como Don
Carlos Antonio López, Mariscal Francisco Solano López,Mariscal José Félix
Estigarribia. Además, los Niños Mártires de Acosta Ñu, dosSoldados Desconocidos,
entre otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario