Felices los que tengan hambre y sed de justicia, porque
serán saciados
(Mt. 5, 6)
Son muchos los sentimientos de contradicción que me embargan cuando
escribo estas líneas. Partiendo de mi ateísmo confeso, no entiendo como uno
puede pronunciar estos versos sin sentir impotencia o sentirse engañado. Por
otro lado, el más crudo de los exceptisismos o hasta de las resignaciones me
obliga a bajar la cabeza. Si el infortunio se enamoró del Paraguay, hablamos de
una relación monógama y mezquina. Y es que en el infortunio absoluto, no hay
espacio para esperanzas duraderas.
Son muchas las personas que hoy tienen hambre y sed, de justicia, de
respuestas, de alimentos sólidos o líquidos también. Son varios los presos
(conocidos, lease de los que tenemos noticia) en nuestras cárceles que tienen
hambre de justicia. Son pocas las barrigas y las bocas saciadas con los goces y
regalías de la impunidad. Extremos opuestos, puestos al extremo de una misma
realidad.
Son pocas pero potentes, las voces de los medios que construyen una
verdad (si, una sola) a su medida. Son muchas las cabezas que ruedan como
resultante de este ejercicio (algunas se desangran y ruedan literalmente en el
piso, otras acaban carcomidas por los discursos de las editoriales).
En tanto que se ha vuelto “de público conocimiento” (que expresión tan
maldita) la labor arbitraria de la justicia y su abuso desmedido del poder. No obstante aún
quedan espacios (y vaya que muchos!) dentro de los discursos y las personas para reivindicar las instancias judiciales como respetables, o al menos, sino
respetables, incuestionables. Es decir, la ausencia de la respetabilidad no es
garantía para ingresar cuestionamiento alguno a lo canonizado por el
pensamiento dominante como intocable. Más aún si la gente piensa en las
instituciones como algo “intrínsecamente bueno” o hasta en las leyes y las
constituciones como algo “intrínsecamente bueno”. Olvidan así a las personas
que ocupan las sillas de estas grandes decisiones, y escriben con letra
torcida, las reglas del juego para
conservar sus intereses. “Para que se meten, si está “la justicia y las
instituciones”, recita el cínico, y anota un punto menos para la humanidad.
Felices no están los presos de Curuguaty que tiene hambre y sed de
muchas cosas, pero principalmente de justicia. Felices no están los campesinos
cuya existencia es todos los días criminalizada por la Fiscalía y los discursos
tergiversadores.Felices no están los familiares de los policías muertos en un operativo que decia ser de allanamiento, era desalojo y acabó en tragedia. Feliz estuvo, sin embargo, el ex dirigente colorado que se
mofó de la imperfecta (o mejor dicho inexistente?) justicia cuantas veces pudo.
Felices están los de su séquito Feliz está todo aquel que tiñe de silencio la
insistente pregunta de ¿qué pasó en Curuguaty? Feliz está el gobierno de turno,
que culpa a los campesinos de la masacre, y a la par, cree que puede
sobornarlos con dinero (indemnizaciones). Feliz está la elite hipócrita que
ahora pide votos y después no duda dos veces en criminalizar a los que teme, y
los teme, porque sabe que no podrá contenerlos por siempre. Los otros no
estamos felices.
No se puede ser nunca feliz, si la justicia no llega.